lunes, 25 de marzo de 2013

No es obligatorio visitar los museos

cola en un museo
Imagen: Lars Plougmann

   Existe una creencia muy extendida que nos obliga a acudir a los museos de una ciudad cuando la visitamos por primera vez, o al menos a los más célebres o prestigiosos. Así, gente a la que la pintura se la trae floja cree necesario hacer largas colas para ver lugares como el Louvre o el Prado, señalados por las guías turísticas.

   El interés por el arte es en general escaso, pero no así el interés por alimentar nuestra vanidad. A todos nos gusta sentirnos especiales, dotados de alguna característica que nos haga sobresalir de la masa; creernos cultos y con clase es una de las principales formas de distinguirnos. Dedicar toda una mañana a contemplar las salas de alguno de los templos oficiales de la cultura de una ciudad es una obligación que todo viajero tiene que respetar, si no quiere ser tildado de vulgar turista de sol y playa. Eso limita el escaso tiempo del que disponemos durante un viaje para realizar otras actividades que realmente nos gusten, como tomar cervezas en una terraza o hacer fotos para colgarlas en Instagram.

   Otro motivo para hacer colas y soportar aglomeraciones en los museos radica en nuestra ancestral tendencia a admirar el éxito y la fama. Estar delante de una obra maestra de la pintura es el equivalente a toparnos por la calle con Messi, y ya que un cuadro no puede firmarnos un autógrafo nos conformaremos con comprar una reproducción en la tienda del museo, ya sea en forma de lámina o estampada en una taza. Hay quien necesita a toda costa dejar constancia de su contacto con la alta cultura y roba una imagen furtiva con el móvil, aunque esté prohibido y se arriesgue a ser detenido por los guardias de seguridad.

   Aún recuerdo la primera vez que fui a París y corrí al Louvre a admirar la Gioconda de Da Vinci: la sala estaba atestada de turistas sudados y adolescentes gritones, y yo sólo pude acercarme hasta unos diez metros en diagonal del diminuto cuadro; apenas llegué a distinguir el retrato más famoso de la historia pero estuve delante de él, en la misma sala, y eso valió para haber cumplido mi misión, me consideraba una persona mejor y más cultivada. Sólo años después fui consciente de mi estupidez.

  Las falsas creencias, como algunas tradiciones, están para romperlas. La próxima vez que vuelva de Londres y le pregunten si ha visitado la Tate Modern, atrévase a reconocer que el arte no le interesa un pimiento y que prefirió gastar su tiempo y su dinero tomando pintas en un pub. No será ni más ni menos culto, pero sí más sincero.

lunes, 18 de marzo de 2013

¿Por qué el Vaticano elige siempre al mismo Papa?

Papa
Imagen: Alykat

   Es extraño que los medios dediquen tantas horas de programación a cada nombramiento de un nuevo Papa mientras las iglesias suelen estar vacías. Si al fútbol se le dedica mucho tiempo en televisión es porque la gente acude en masa a los estadios y las retransmisiones de los partidos tienen bastante más audiencia que los programas sobre libros. ¿Por qué se le supone tanto interés a la Iglesia Católica? ¿Será cuestión de la Providencia Divina? Sea por el motivo que sea, cada vez que se elige al nuevo jefe de la Cristiandad se nos bombardea con informaciones sobre la edad que tendrá, sobre si será reformista o conservador, europeo, americano o africano, blanco o negro, y al final siempre sale al balcón de la basílica de San Pedro un señor que parece un clon del anterior y de todos los anteriores que recordamos, y cuyo mensaje apenas difiere del habitual. ¿Tanto rollo para quedarnos igual?

   Ya sé que es un asunto que compete sólo a los creyentes y a los que no lo somos nos debería traer sin cuidado, pero ya que se le otorga interés universal y la Iglesia suele predicar para propios y extraños, me atrevo a dar mi humilde opinión sobre las características que debería tener un Papa del siglo XXI. 

   Que la experiencia sea un valor importante no significa que el jefe de una institución tan compleja y presumiblemente difícil de manejar tenga que ser un anciano con edad de dedicar su tiempo a contemplar las obras públicas del barrio y no para evangelizar por todo el mundo. Si la sociedad ha ido demasiado lejos en venerar la juventud y considera la vejez casi una anomalía antinatural, el catolicismo, tan dado a darle la espalda, se va al otro extremo y se consagra a la gerontocracia.

   La telegenia y la capacidad oratoria también deberían ser consideradas primordiales. El encargado de representar a Dios en la tierra no puede balbucear en sus intervenciones como si hubiera bebido más vino de misa de la cuenta. Hasta el ex presidente de la Generalitat José Montilla se manejaba mejor ante las cámaras que los últimos Papas, algo que debería preocupar en el Vaticano.

   En definitiva: ya que la doctrina de la Iglesia no ha variado en lo sustancial en dos mil años y es poco probable que lo haga en los próximos dos mil, si las Escrituras son revelación divina y no cabe una reescritura a cargo de, por ejemplo, Carlos Ruiz Zafón para adaptarlas al gusto de los lectores actuales, entonces lo único que le queda a la Iglesia para mantener su influencia en la sociedad es presentar un líder carismático, con buena imagen y alta capacidad de comunicación; justo lo contrario de lo que hace.

   Pero supongo que esto les debe dar igual a quienes consideran que su reino no es de este mundo.

domingo, 10 de marzo de 2013

Huyamos de los que comparten las fotos de su mascota

foto de mascota
foto: milenabl


   Las redes sociales han hecho posible una de las plagas del Siglo XXI: la proliferación de imágenes de mascotas difundidas por sus dueños con total impunidad. Millones y millones de personas en todo el mundo han decidido mostrarnos a sus perros o gatitos, convencidos de que compartiremos su emoción al verlos. No les importa si la fotografía está desenfocada o movida, sin apenas luz, o consiste en un encuadre espantoso de un chucho sobre el sofá o en el suelo del comedor con la tele al fondo: son instantáneas que les llenan de orgullo y creen que de este modo los valoraremos más y nuestra amistad se afianzará. Están muy equivocados.

   Si el amor por los animales es un sentimiento muy loable, la cursilería es odiosa. Y las obsesiones, preocupantes. La necesidad de compartir con los demás a cada instante lo maravillosa que es nuestra mascota puede ser el primer síntoma. Al igual que hablar con ella. De ahí a comprarle un jersey de punto al perro sólo hay un paso si no se acude a un especialista.

   La gente que otorga cualidades a los animales que es obvio que no poseen padecen un síndrome infantiloide de difícil curación: el mal de Disney. Algún día esta y otras productoras de dibujos animados deberán asumir responsabilidades por el daño causado a individuos de escasa fortaleza mental. Los animales no interpretan el mundo ni se comunican con nosotros como muchos quisieran, sino como es propio de su especie, y se mueven por pulsiones de supervivencia y placer. Es ridículo creer otra cosa.

   En los casos más graves el enfermo rehúye el trato humano y sólo se encuentra a gusto y comprendido por seres de cuatro patas. Las personas son malvadas, a diferencia de los angelicales animalitos: ellos nunca le contradicen, siempre están a su servicio, y le dicen con sus gestos y miradas lo que siempre han querido escuchar y la sociedad les ha negado. Ellos le proporcionan el calor necesario para soportar la indiferencia del mundo, y por eso se esfuerza en cuidarlos y alimentarlos, mucho más fácil que cuestionarse el motivo real de su soledad.
  
   ¿Qué hacer cuando un amigo da señales del mal de Disney? Si se niega a comenzar una terapia con un profesional la única esperanza es invitarlo a tomar unas copas e intentar persuadirlo de su error. Si rechaza el plan porque le toca el paseo nocturno al perro compadecedlo, nunca recobrará la cordura.

sábado, 2 de marzo de 2013

Las gafas de pasta sirven para ocultar el fracaso sexual

gafas de pasta
foto: Marco Michelini


    No entiendo cómo se realizan estudios sobre las materias más disparatadas, muchos de ellos pagados con dinero público, y no se aborda por fin uno sobre la actividad sexual de los gafapasta, de indudable interés para la sociedad. Me aventuro a pronosticar que demostraría el escaso éxito en esta cuestión de este grupo social.

    Los gafapasta nacen, crecen, se masturban, y mueren. A veces sustituyen la masturbación por una película de Isabel Coixet. O de Michael Haneke, o de cualquier otro director laureado en los festivales de cine, adulado por la crítica, y cuyos trabajos puedan verse en versión original. Da igual que el idioma de la película sea el inglés, que en principio todo buen gafapasta debe dominar, o el coreano: lo importante es no mancillar con el doblaje una obra de arte. Y también demostrarse a sí mismos y al mundo que en la dificultad, en lo correoso, reside el placer.

   Esta es la principal característica que define a estos individuos, además de su fealdad. Ellos pueden disfrutar del verdadero cine y de la alta literatura, o de cualquier otra expresión artística que por su complejidad no esté al alcance de la mayoría de los mortales. Ellos poseen la inteligencia y la sensibilidad para emocionarse allí donde otros sólo ven un simple tostón o una tomadura de pelo. Se saben superiores al resto y no se molestan en disimularlo.

  Sin embargo, en cualquier manual de psicología descubriremos que los aires de grandeza y la arrogancia son manifestaciones típicas de quien en realidad tiene su autoestima por los suelos. Quizás estos amantes de la cultura querrían amar a una persona de carne y hueso, ser abrazados por ella en lugar de por la frialdad del cine de autor. Probablemente hubieran preferido ser unos niños y adolescentes con más amigos y haber ligado más, ser mejor valorados por una sociedad hacia la que sólo pueden mostrar resentimiento. Incluso su propia familia habría colaborado en esa cruel indiferencia que siempre han padecido. Lo que para muchos resulta fácil y cotidiano para ellos está vetado, condenados a refugiarse en su búnker de soledad y masturbación no deseada.

   Mientras no se haga un estudio en profundidad todo son hipótesis, pero creo que a los gafapasta les iría mucho mejor si arrojaran sus gafas y sus prejuicios muy lejos y aprendieran a vivir con más alegría.