domingo, 10 de marzo de 2013

Huyamos de los que comparten las fotos de su mascota

foto de mascota
foto: milenabl


   Las redes sociales han hecho posible una de las plagas del Siglo XXI: la proliferación de imágenes de mascotas difundidas por sus dueños con total impunidad. Millones y millones de personas en todo el mundo han decidido mostrarnos a sus perros o gatitos, convencidos de que compartiremos su emoción al verlos. No les importa si la fotografía está desenfocada o movida, sin apenas luz, o consiste en un encuadre espantoso de un chucho sobre el sofá o en el suelo del comedor con la tele al fondo: son instantáneas que les llenan de orgullo y creen que de este modo los valoraremos más y nuestra amistad se afianzará. Están muy equivocados.

   Si el amor por los animales es un sentimiento muy loable, la cursilería es odiosa. Y las obsesiones, preocupantes. La necesidad de compartir con los demás a cada instante lo maravillosa que es nuestra mascota puede ser el primer síntoma. Al igual que hablar con ella. De ahí a comprarle un jersey de punto al perro sólo hay un paso si no se acude a un especialista.

   La gente que otorga cualidades a los animales que es obvio que no poseen padecen un síndrome infantiloide de difícil curación: el mal de Disney. Algún día esta y otras productoras de dibujos animados deberán asumir responsabilidades por el daño causado a individuos de escasa fortaleza mental. Los animales no interpretan el mundo ni se comunican con nosotros como muchos quisieran, sino como es propio de su especie, y se mueven por pulsiones de supervivencia y placer. Es ridículo creer otra cosa.

   En los casos más graves el enfermo rehúye el trato humano y sólo se encuentra a gusto y comprendido por seres de cuatro patas. Las personas son malvadas, a diferencia de los angelicales animalitos: ellos nunca le contradicen, siempre están a su servicio, y le dicen con sus gestos y miradas lo que siempre han querido escuchar y la sociedad les ha negado. Ellos le proporcionan el calor necesario para soportar la indiferencia del mundo, y por eso se esfuerza en cuidarlos y alimentarlos, mucho más fácil que cuestionarse el motivo real de su soledad.
  
   ¿Qué hacer cuando un amigo da señales del mal de Disney? Si se niega a comenzar una terapia con un profesional la única esperanza es invitarlo a tomar unas copas e intentar persuadirlo de su error. Si rechaza el plan porque le toca el paseo nocturno al perro compadecedlo, nunca recobrará la cordura.

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